El poder y el dinero son regalos de Dios, muy buenos, y si nos hunden en pecado no es porque Dios nos haya dado regalos malos; es porque convertimos en nuestro interior esos regalos de gracia en instrumentos de pecado.
Para glorificar a Dios no lo haremos alejándonos del dinero y el poder; si queremos glorificar a Dios, lo debemos hacer usándolos como Dios quiere que lo hagamos, con corazones que se deleitan en Él, sin orgullo y sin malas acciones o pensamientos.
Seguimos luchando contra los pecados que son atraídos por las cosas del mundo, pero podemos ahora vivir apartándonos del orgullo y la idolatría usando las cosas de Dios, hechas conforme a su verdadero propósito, el de magnificar la gloria divina de su santo nombre.
«Si Yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado (culpa), pero ahora no tienen excusa por su pecado.» (Juan 15:22)