El décimo mandamiento dice "No codiciarás los bienes ajenos". La codicia es el deseo extremo de conseguir bienes, por eso este mandamiento prohíbe tener deseos exagerados de ser rico, cometer injusticias que lleven a apoderarse de los bienes de los demás y tener envidia de los bienes ajenos. No está mal desear cosas agradables que no poseemos, pero si estos deseos se transforman en algo exagerado o injusto, allí sí es pecado, pues ya estamos hablando de codicia.
El décimo mandamiento termina complementando al noveno que tiene que ver con la concupiscencia de la carne deseando a la pareja del prójimo, y también complementa al séptimo mandamiento ya que al codiciar los bienes ajenos se puede caer en el robo o fraude. Este mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo desordenado de apropiación de los bienes terrenos, de las riquezas, del poder, de cometer injusticias que dañen al prójimo con respecto a sus bienes temporales.
Codiciar los bienes ajenos significa simplemente poner todos nuestros deseos en aquello que no es de nuestra propiedad. Para no caer en el pecado de este mandamiento es necesario apartar completamente del corazón el sentimiento de la envidia, que es un pecado capital, ya que ésta puede llegar a un punto tal de hacernos cometer errores de los cuales quizás nos tengamos que arrepentir toda la vida.