Los hay también que están tan comprometidos con otras cosas, que no hay lugar en sus vidas para un matrimonio, para una mujer o para hijos.
Jesús ya lo destacó: hay gente que se apasiona hasta tal punto por Dios y por lo que Dios les pide, que no pueden pensar en el matrimonio. Y Jesús los admira. De hecho, él mismo eligió permanecer soltero para dedicarse a hacernos descubrir a Dios.
En las comunidades religiosas, los hombres y las mujeres eligen vivir en el celibato, la pobreza y la obediencia para dedicar toda su vida a la oración y al servicio a los demás.
Desde hace siglos, en la Iglesia católica de Francia y en los países occidentales, los obispos solo llaman como sacerdotes a hombres que estén de acuerdo con permanecer solteros. Para estos hombres, es una forma de demostrar que quieren entregar toda su vida a dar a conocer el Evangelio y ocuparse de las comunidades cristianas. Evidentemente, tal decisión, para toda una vida, exige reflexión.
Pero otras Iglesias católicas, en Oriente por ejemplo, en Líbano o en Siria, eligen también a sus sacerdotes entre los hombres casados. Lo importante para un sacerdote, casado o soltero, es ser capaz de amar a quienes les son encomendados, infundiéndoles en su corazón el amor de Dios.