El alimento para el alma
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Los creyentes nos hemos transmitido esta fe como un tesoro. Ante todo, es la historia de un hombre que habríamos podido olvidar rápidamente. En su época no había periódicos, ni televisión. Él vivía en un pequeño país ocupado por enemigos. No era rico. Murió joven, ejecutado como el último de los esclavos.

Pues bien, este hombre vivió algo inimaginable. Resucitó para siempre de la muerte. Entonces sus amigos comprendieron que Él era el Hijo de Dios y gracias a Él, la muerte ya no tiene la última palabra.

Los apóstoles de Jesús llevaron esta buena nueva a toda la tierra. Muchos perdieron la vida, se convirtieron en mártires. Gracias a su testimonio, otras personas comprendieron que valía la pena la fe en Jesucristo.

De siglo en siglo, inspirados por el Espíritu Santo, transmitimos esta fe como un tesoro, a pesar de que no es fácil. Gracias a esta larga cadena humana tú has podido elegir ser cristiano. Y continuará, ¡a pesar de los obstáculos!

 

«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.» Evangelio según San Juan, 14