La misa es el momento más grande en la vida del católico y no lo podemos desaprovechar. Es el evento que Dios dispuso para aplicarnos los méritos que Su hijo Jesucristo hizo por nosotros en la cruz. Allí se hace presente el mismo Jesucristo en el altar y se nos ofrece de su carne y su sangre para que lo incorporemos.
No es algo simbólico, ni un recurso psicológico, sino una realidad mística. En que el cielo se abre y participamos en la representación del sacrificio de Jesús en el calvario y de la aplicación de sus méritos a los fieles. Sin embargo, muchos hayan a la misa aburrida porque siempre sucede lo mismo, con las leves variantes del cambio de lectura y la homilía del sacerdote; y entonces algunos párrocos caen en la tentación de agregarle atractivos externos, que terminan distrayendo el momento.
Debemos considerar que sentirse aburrido es poner en el centro nuestras emociones, en lugar de considerar que la misa es un lugar para dar alabanza y adoración a Dios, que es nuestro creador, sostiene nuestra vida, y a quién podemos pedirle gracias especiales. Sin embargo todos en algún momento nos hemos sentido aburridos en una misa, ya sea porque estamos en un momento de desolación y sequedad, o por los propios ataques del maligno.
La clave para superar esto es dejar de enfocarnos en cómo nos sentimos y prestar atención a la relación con Dios, porque hemos llegado hasta su casa y entonces tenemos que estar con Él.