Humildad Profunda
Una persona humilde reconoce que todo el bien que ha hecho, y que puede hacer, es resultado de la Presencia de Dios en su vida. María fue muy humilde al llamarse a sí misma la sierva o la esclava del Señor. Además, en su cántico de alabanza que llamamos Magnificat (Lc 1, 46-55), María afirma que Dios ha mirado con buenos ojos la humildad de su sierva. Pidamos a María un corazón manso y humilde para que, como ella, atribuyamos nuestros éxitos a Dios y nuestros fracasos a nosotros mismos.
La fe viva
La fe es una de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. La fe es creer en Dios y en Su Palabra sin ver con nuestros ojos. Jesús reprendió suavemente al dubitativo Tomás con estas palabras: “Dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20, 29). María es la mujer de la fe por excelencia. Aunque María fue testigo de la pasión, el sufrimiento y la muerte de Jesús, creyó que Él vencería a la muerte. Por eso, cuando tengamos la tentación de dudar, acudamos a María, la mujer de la fe, y pidamos su poderosa intercesión.