Las dificultades cotidianas vividas con amor y paciencia nos ayudan a prepararnos para la venida del Reino de Dios. Cuando el niño pequeño llora, cuando el adolescente es rebelde, cuando la hija es respondona, cuando la esposa grita, cuando el marido se enoja, cuando el abuelo chochea, cuando otra vez han dejado entrar al perro en la casa y ha llenado todo de pelos nos llevamos las manos a la cara y exclamamos: ¡Señor, dame paciencia" pero ahora!.Vivimos en un mundo frenético. La tecnología y el progreso de las comunicaciones nos han traído enormes beneficios y comodidades. Sin embargo, nos han hecho olvidar la paciencia y la serenidad. Hoy todo es urgente. Te mandé un email y no lo viste. Te llamé tres veces y no me contestaste. Te envié un whatsapp y no me respondiste. Te estuve esperando quince minutos y no llegaste. ¿Dónde te has metido? ¿Por qué no me avisaste inmediatamente? ¡Date prisa! ¡Al grano! ¿Qué estás esperando?.
La vida familiar aquí en la Tierra es un gimnasio para entrenarnos en esta virtud. Las adversidades diarias nos invitan a sufrir con paciencia la ignorancia, el error, los defectos e imperfecciones de los miembros de la familia. Sufrir con paciencia, se convierte en una hermosa obra de misericordia espiritual. ¡Cuánto más paciente ha sido Cristo con nosotros!
<<La caridad es paciente, es servicial; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra en la injusticia; se alegra en la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta>> (1 Corintios 13,4-7)