La perseverancia es una virtud que a pasos agigantados pierde seguidores; vivimos en una cultura hedonista que busca el placer y la eliminación del dolor como objetivo en la vida, y que presiona para buscar la propia satisfacción. Por esta razón muchos cónyuges creen que tienen el derecho a divorciarse y ante situaciones que producen enojo, desacuerdo, desánimo o derrota, ponen en duda el permanecer juntos.
Pero es precisamente en esos momentos donde se hace necesario la decisión de perseverar, al recordar el voto de permanencia que hicimos delante de Dios y aceptar el desafío de cumplirlo. No mire el árbol de su matrimonio que hoy no tiene muchos frutos, mire por medio de la fe a Jesús y reciba Su amor para poder amar a su cónyuge. Persevere para cuando llegue al final de su vida pueda ver con satisfacción el hogar que construyó para exaltar el nombre de Dios. Dios conoce la fragilidad del ser humano para seguir en una actitud de insistencia cuando no hay recompensa por ello o no se reciben los frutos esperados; es por eso que Él mismo debe participar en nuestra relación matrimonial, pues la motivación y el impulso para perseverar vienen del Padre Celestial. Por medio de cultivar la intimidad con Dios a través de la oración y obedecer sus mandatos con el poder de Su Espíritu, Él le dará las fuerzas para seguir regando y fertilizando la semilla del amor que está sembrando en su cónyuge.
<<Fíjense que llamamos felices a aquellos que fueron capaces de perseverar. Han oído hablar de la constancia de Job y saben lo que al final el Señor hizo por él, pues el Señor es compasivo y misericordioso.>> (Santiago 5, 11).