La regla de Dios es específica. Los que se casan deben dejar padre y madre y establecer su propio hogar, aun cuando las finanzas exijan que sea en un apartamento de una sola pieza. El esposo y la esposa deben decidir juntos sobre estos asuntos. Deberán informar a sus padres y luego deben permanecer firmes no importa quién se oponga.
Miles de divorcios podrían evitarse si esta regla fuera cuidadosamente seguida. El punto cero de un matrimonio comienza aquí: los hijos dejando a los padres. El verdadero matrimonio bíblico es una unión entre un hombre y una mujer; no entre tres personas o más personas (incluyendo a suegros).
Dios diseñó que su bendición a los hijos vendría a través de los padres. Aun si nuestros padres no son creyentes, debemos honrarlos en todo lo que no sea pecado (Ef. 6:1-3). Pero en el matrimonio, el esposo y la esposa salen, con la bendición de Dios, de la autoridad natural que Él dio a sus padres.
Esto es importante en la generación actual. No importa cuán independiente sea un hijo, cuan distante físicamente sea, o si económicamente ya puede hacer su propia vida, el matrimonio es el único proceso que desliga la autoridad de los padres sobre el hijo. Mientras esa persona no esté casada, aunque él no lo vea así, debe vivir bajo la autoridad de los padres. Por eso, cuando un padre entrega a su hija a su futuro esposo, está delegando autoridad. Es algo simbólico, pero representa una realidad tanto espiritual como social.
<<Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne>> (Génesis 2;24).