La palabra es, el símbolo más espiritual que existe. Pero no deja de ser signo; es, por eso, una realidad sacramental, simbólica, que apunta, desde su materialidad casi mínima aunque inseparable del cuerpo.
En Jesucristo palabra y ser se identifican. Él es, en Persona, la Palabra. Él es, en Persona, la Verdad. Él es la Vida. En nosotros, la coherencia es menor. A veces somos peores de lo que aparentamos ser. Otras, somos mejores. En cualquier caso, la Sagrada Escritura, testimonio de la Palabra de Dios, nos anima a que nuestra palabra sea adecuada a nuestro ser. Y que nuestro ser, en su núcleo íntimo, en el corazón, se asimile al Corazón de Cristo.
«La palabra revela el corazón de la persona» (Ecles. 27,6).