El Evangelio: Lucas 2, 22 – 40.
María y José llevaron a Jesús "a Jerusalén para presentarlo al Señor" (v.22). La ley mosaica había prescrito que "todo varón que abra la matriz será consagrado al Señor" (v.23). Esto es muy importante para nosotros como familias en misión. Nos enfrentamos a ciertas verdades.
Uno, los hijos pertenecen a Dios, y son meramente confiados a sus padres terrenales. Son ante todo los hijos de Dios. Como tales, los padres deben presentar a sus hijos al Señor y consagrarlos a Su cuidado y servicio.
Dos, ya que los padres son administradores, deben hacer la voluntad del Maestro. Mientras que los padres hacen planes para sus hijos e intentan guiarlos en la dirección correcta, deseando lo mejor para ellos, necesitan buscar la voluntad de Dios, no la suya propia, con respecto a sus hijos.
Tres, la voluntad de Dios es que todos no solo crezcamos en santidad, sino que seamos instrumentos de la salvación de Dios para el mundo. Este fue el llamado de Jesús. Simeón, al ver a Jesús y lleno del Espíritu Santo, proclamó: "Mis ojos han visto tu salvación, que preparaste a la vista de todos los pueblos, luz que se manifiesta a los gentiles" (v. 30-32a). Jesús siguió ganando la salvación para el mundo. Todos sus discípulos tienen la tarea de proclamar esa salvación.
Cuatro, al hacer la voluntad de Dios, habrán cambios. Por Jesús sería fue que estaría "destinado a la caída y el ascenso de muchos en Israel, y sería signo de contradicción" (v.34). Y fue para María, "una espada que le atravesará el corazón" (v.35a). Para nosotros, es que seremos burlados, oprimidos y perseguidos, y que sufriremos pruebas, sufrimiento, dolor e incluso la muerte.
La Sagrada Familia era una familia en misión. Para nosotros, el camino a seguir debe ser claro. Todos pertenecemos a Dios y debemos hacer la voluntad del Padre, y eso básicamente significa la oración (la dimensión interna) y el anuncio (la dimensión externa). Primero, debemos orar sin cesar. Al igual que Anna, que como "ella nunca abandonó el templo, sino que adoraba noche y día con ayuno y oración" (v.37). Segundo, tenemos que cumplir nuestra misión. Al igual que Anna, como "ella dio gracias a Dios y habló sobre el niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén" (v.38).
Si esta es nuestra actitud y postura como padres, si nos vemos a nosotros mismos como familias en misión, todos trabajarán para nuestro bien, especialmente para nuestros hijos. Están llamados a ser como Cristo. Esto comienza desde el momento en que se conciben y se nutren y se forman en el hogar. “El niño creció y se hizo fuerte, lleno de sabiduría; y el favor de Dios estaba sobre él” (v.40).
Que así sea con nuestros hijos.
Traducido por:
Diácono Permanente Alberto Morales Sáenz de Viteri